HISTORIA DE MÉXICO: El Decreto Negro, Parte II
- Natalie Taylor
- hace 1 día
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El archiduque Maximiliano, hermano menor de Francisco José, emperador de Austria, llegó a México en 1864 con la intención de convertirse en emperador. Su desafortunado reinado de tres años es un ejemplo paradigmático de lo que no se debe hacer.

En primer lugar, creyó ingenuamente las afirmaciones de que era “adorado” por el pueblo mexicano y que este se mostraba entusiasmado con la imposición de un gobernante extranjero. Esta desinformación fue alimentada por quienes deseaban traerlo a México: conservadores que esperaban restaurar la monarquía y que actuaron como aduladores hasta el extremo. Lo halagaron y le entregaron una gran cantidad de cartas supuestamente de mexicanos que expresaban su deseo de que viniera a salvar a la nación como su gobernante. Las cartas eran falsas o se obtuvieron mediante coacción. Napoleón III, emperador de Francia, fue uno de los principales artífices del complot para que Maximiliano gobernara México, como parte de sus planes expansionistas. Establecer un reino en América habría sido un gran logro para Napoleón. Estas dos fuerzas, Napoleón y los conservadores mexicanos, trabajaron incansablemente para llevar a cabo su plan. Maximiliano cayó en la trampa y, en 1864, él y su esposa Carlota llegaron al puerto de Veracruz, llenos de entusiasmo y listos para gobernar su nuevo imperio. Él tenía 32 años y ella 24.
El error más grave de Maximiliano fue aceptar la corona en una nación que había luchado y ganado su independencia de una potencia extranjera. La mayoría de los mexicanos se alegraban de haberse librado del dominio español tras casi 300 años de subyugación y anhelaban una democracia. No les entusiasmaba la idea de estar bajo el dominio de otra potencia extranjera. Este segundo imperio estaba condenado desde el principio.

Aunque Maximiliano fue elegido por los conservadores, enseguida los disgustó al defender ideales progresistas. Rápidamente se ganó el rechazo de todos: los conservadores lo consideraban un traidor, y los liberales, que siempre lo habían visto como un invasor, mantuvieron esa opinión. Intentó desesperadamente ganarse el cariño de sus súbditos mexicanos aprendiendo español, tratando de congraciarse con las comunidades indígenas e incluso disfrazándose de charro. Consiguió cierto apoyo, pero la mayoría de los mexicanos no lo querían como gobernante.

Se puede atribuir su error inicial de juicio a la juventud e ingenuidad de Maximiliano, pero una vez convertido en emperador de México, cometió varios deslices que bien podrían calificarse de estupidez mayúscula. Uno de los planes más insensatos fue el de vincularse con el anterior (y fallido) primer emperador de México, Agustín Iturbide, quien gobernó menos de un año en 1822. La brevedad de su reinado debió haber sido una señal de alerta, pero Maximiliano pareció olvidar que Iturbide terminó fusilado. Quizás convertirse en emperador de México no fue una buena idea…

En cambio, Maximiliano decidió que vincularse con Iturbide de alguna manera beneficiaría su causa. Él y su esposa, ahora llamada Carlota, necesitaban urgentemente un heredero para legitimar su imperio y asegurar la continuidad necesaria. Al ascender al trono, Maximiliano prometió nombrar un heredero en un plazo de tres años si él y Carlota no tenían hijos para entonces. Pero la relación íntima entre el emperador y su consorte distaba mucho de ser armoniosa, y el embarazo de ella parecía muy improbable; un hijo tendría que venir de otra parte. Ambos urdieron un plan ridículo que, como era de esperar, les saldría muy caro.
En 1865, el emperador acordó con la familia de Agustín de Iturbide que el nieto menor sería adoptado como heredero. El niño, Agustín de Iturbide y Green, tenía apenas dos años. Entusiasmados por los 150.000 pesos que recibirían por la adopción —una verdadera fortuna en aquella época—, la familia firmó el documento con entusiasmo.
La adopción nunca se concretó porque la madre del pequeño Agustín, la estadounidense Alice Green, no estaba interesada en las negociaciones de sus suegros. Exigió la devolución de su hijo, pero Maximiliano ignoró sus demandas. En octubre de 1866, cuando su imperio se desmoronaba, finalmente devolvió al niño a su madre. El tiempo que el niño permaneció retenido en el Castillo de Chapultepec se convirtió en un foco de rumores, susurros y críticas por doquier. Benito Juárez lo calificó de secuestro. Se convirtió en una mancha en la reputación de Maximiliano como hombre y como gobernante.
El último gran error fue el «Decreto Negro» de Maximiliano del 3 de octubre de 1865, del que hablamos en el artículo anterior. Más que una simple metedura de pata, fue una decisión moralmente reprobable y un error de juicio imperdonable. No cabe duda de que este acto selló su destino.
Napoleón III vio venir el desastre y, consciente de que su sueño de un imperio mexicano estaba condenado al fracaso, ordenó la retirada de las tropas francesas que protegían al emperador. El 15 de mayo de 1867, Maximiliano fue capturado por las fuerzas republicanas que ahora respondían ante el presidente Benito Juárez, quien había regresado del exilio para reclamar el poder que le correspondía. Maximiliano fue sometido a un consejo de guerra, declarado culpable de traición y condenado a muerte.
El eminente escritor francés Victor Hugo había denunciado la injusticia del Decreto Negro. Ahora escribió una apasionada carta a Benito Juárez, suplicándole clemencia para el joven emperador y que suspendiera su ejecución. Sin embargo, Juárez no cedió. Entre las razones que adujo para mantener la sentencia de muerte de Maximiliano se encontraba el mismo decreto del 3 de octubre, que había cobrado la vida de tantos mexicanos. Al ordenar la ejecución sumaria de los rebeldes republicanos dos años antes, Maximiliano había firmado su propia sentencia de muerte.

El 19 de junio de 1867, Maximiliano fue ejecutado por un pelotón de fusilamiento.
El nieto de Agustín de Iturbide, el “futuro emperador de México”, quien vivió con Maximiliano y Carlota en el Castillo de Chapultepec durante casi un año, regresó con su madre. Nació el 2 de abril de 1863 y murió el 3 de marzo de 1925, dos años antes que Carlota, quien sería su madre adoptiva. Declarada demente y confinada a un palacio en Europa, vivió hasta los 86 años, ajena al mundo que la rodeaba. Los descendientes de Iturbide viven en Europa y ninguno ha aspirado a participar en la política mexicana.




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