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Natalie Taylor

HISTORIAS DE SAN MIGUEL: Un nahual en la ciudad

La historia de San Miguel de Allende es un compendio de tres narrativas que se entrelazan y se enriquecen entre sí. Está la historia formal, que es la que trata de recrear el pasado con la mayor precisión posible. Luego, tenemos la historia oral contada a través de anécdotas que no necesitan seguir los mismos estándares que la historia formal, sino que se basan en la memoria de quienes la vivieron. Estas narrativas nos ayudan a entender lo que sucedió en un sentido más matizado y profundo. Y luego están las historias inverificables, los mitos antiguos, las creencias y el pensamiento mágico. Agregan otro nivel, una manera de explicar el mundo y la gente que lo habita.

Me gustan las metáforas, y me gusta hornear; particularmente hornear y decorar pasteles. Yo pienso en el pastel en sí como la base, eso es la historia. Luego está el relleno, que hace el pastel más interesante y sabroso. Y finalmente está la decoración sobre todo el pastel, ya sea ganache, glaseado o crema batida, y naturalmente, la cereza!  Eso completa el pastel, lo hace destacar. Y eso es lo que las historias mágicas hacen por las crónicas de un pueblo y una comunidad.


San Miguel tiene una gran cantidad de historias y leyendas mágicas. Muchas son producto del sincretismo, una fascinante mezcla de credos católicos, aztecas y mayas. El nahual es un excelente ejemplo de las antiguas creencias indígenas que se infiltran en el folclore mexicano.

Según las tradiciones mesoamericanas y toltecas, un nahual es un ser humano con capacidad de metamorfosis.  El nahual puede convertirse en un animal a voluntad y adquirir poderes sobrenaturales en esa forma. Algunos sostienen que cada uno de nosotros está conectado a un animal en particular, el compañero y protector de una persona durante toda su vida. Son una especie de ángel guardián, que permanece a su lado, se le aparece en sueños o en la realidad para ofrecerle apoyo u orientación.


Pero hay también nahuales malévolos que aparecen en su forma animal y en la oscuridad de la noche causan todo tipo de estragos a su alrededor. Las leyendas sobre esta criatura abundan en San Miguel. Estas creencias eran, y para algunos todavía son, parte de la vida, y tan reales y creíbles como las brujas o los duendes. Una historia sobre cualquiera de ellos era tan natural como una historia sobre un evento cotidiano. Los residentes afirman que estos personajes estaban “vivos y coleando” y que se encontraban en las calles antiguas de San Miguel de Allende.


Muchos residentes sostienen que habían visto a uno, e incluso haber sufrido un ataque por parte de una de estas criaturas. Relataron que oían ruidos extraños en la cocina en medio de la noche, con la evidencia en la mañana de desorden y comida faltante. Esto ocurría con mayor frecuencia en las noches de luna, cuando alguien podía vislumbrar al ladrón huyendo de la casa a través del jardín y fácilmente visible en la luz azul de la luna llena. El culpable que huía era invariablemente un animal de cuatro patas: un coyote, un perro, un jaguar o incluso una cabra o una mula.

Alejandro Luna cuenta una historia sobre un encuentro con un nahual en la década de 1940. Dice que esto le pasó a su abuelo, que trabajaba en la fábrica textil La Aurora, donde ahora están las galerías de arte. Su abuelo trabajaba de noche y su esposa se quedaba en casa con los niños. En varias ocasiones oía ruidos extraños en la noche, y por la mañana encontraba la cocina al revés, los alimentos tirados por el suelo, algunos desaparecidos y en el gallinero faltaban gallinas. Una noche miró hacia fuera y vio algo que se parecía a un perro corriendo por el patio trasero y saltando el muro de piedra al otro lado. El abuelo decidió quedarse en casa la noche siguiente para averiguar qué era eso.


Cuando todos se durmieron, se deslizó fuera de la cama, cogiendo la pistola que siempre guardaba bajo la almohada. Era cerca de medianoche y había luna llena, y podía ver el exterior desde la ventana de su recamara. De repente, vio a un ser extraño que salía de su cocina sosteniendo algo entre los dientes. El abuelo corrió y le disparó dos veces mientras la bestia saltaba el muro. Estaba seguro de que lo había matado, pero decidió esperar hasta la mañana para encontrar el cuerpo.


Por la mañana, cruzó el muro que separaba su propiedad de la de al lado. Una pareja de ancianos se había mudado recientemente y habían construido una pequeña casa. El abuelo se sorprendió de que no hubiera ninguna criatura en el suelo, pero había sangre y el rastro continuaba en dirección a la casa. Siguió el rastro hasta la puerta principal y luego escuchó fuertes sollozos que venían del interior. Cuando abrió la puerta, vio a la vecina anciana, llorando sobre el cuerpo de su esposo que había muerto durante la noche. El abuelo no sabía cómo murió el anciano, pero el rastro de sangre lo condujo hasta su cama, y ​​se dio cuenta de que el nahual que había matado la noche anterior debía haber sido la encarnación del anciano.


El cronista de la ciudad, Cornelio López Espinosa, cuenta una historia diferente de los viejos tiempos, cuando un nahual en particular causaba mucho daño en San Miguel. La fiera generalmente aparecía y robaba a la gente en la plaza de San Felipe, sobre Insurgentes, que en aquellos tiempos se llamaba calle Santa Ana. También frecuentaba el atrio del convento de Las Monjas, o rondaba la calle Canal frente al templo donde había varios bares; o alguno de los locutorios que había sobre la calle Hernández Macías. Quienes se topaban cara a cara con este ser —normalmente mujeres que habían sido víctimas de sus fechorías— decían que era un chivo enorme, que caminaba en dos patas, que los perseguía y los obligaba a abandonar lo que llevaban.

 Don Benigno Hurtado, un sanmiguelense conocido por su valor tras enfrentarse a unos asaltantes y repelerlos, prometió encontrar al nahual y librar a la ciudad de este ser.


“Yo pondré fin a esto y lo entregaré vivo o muerto”, declaró.


Esa misma noche, después de hacer la promesa a los vecinos, esperó hasta altas horas de la noche. Cubierto con un jorongo y un ancho sombrero, se escondió entre los árboles gigantescos y centenarios en frente del convento de Las Monjas. En la mano sostenía un tranchete, escondido debajo del jorongo. Era una noche fría, el viento azotaba el farol en la pared del convento, que se balanceaba emitiendo una luz débil y temblorosa. Más allá había oscuridad total. El reloj en el templo de San Rafael dio las tres, el grito ronco y espeluznante de una lechuza atravesó el aire mientras se posaba en el campanario de la iglesia de Las Monjas.



Don Benigno se quedó sentado en el mismo lugar mientras pasaban las horas. De repente escuchó los gritos aterrorizados de una mujer en la calle que llamaba a todos los santos. Corría por Canal, arrastrando su rebozo, seguida por un niño cuyo abrigo volaba detrás de él como un papalote, y luego ambos desaparecieron de la vista. Veloz como un rayo, Don Benigno, tranchete en mano, saltó de su lugar y profiriendo toda clase de invocaciones y maldiciones, comenzó a perseguir al agresor sobre la Calle Canal.


Al principio parecía simplemente una sombra, pero cuando se acercó vio que era como un hombre cubierto con piel de cabra, oveja o buey. Al mirar hacia atrás reveló unos ojos brillantes exactamente como se esperaría en un nahual. El perseguidor se había convertido en el perseguido y siguió corriendo hacia Hernández Macías donde doblo a la izquierda. Llego a la antigua alhóndiga que después fue cuartel del Destacamento Militar y era entonces un almacén abandonado. El nahual se abrió paso hacia adentro por la puerta principal parcialmente destruida.


“Si fueras el diablo”, gritó Don Benigno, corriendo detrás, “¡no huirías como un cobarde!”. 

Se metió a toda prisa en el edificio abandonado, agarró a la fiera por el pelo y le hundió el tranchete entre las costillas. Esta es la historia que Don Benigno les contó a todos a la mañana siguiente, aunque no explicó por qué nunca se encontró el cuerpo del nahual. Sin embargo, los vecinos no dudaron en creerle y la evidencia es que nunca más volvieron a ser molestados por un agresor como ese. Al menos no en esos lugares.

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