HISTORIA DEL ARTE EN SAN MIGUEL DE ALLENDE: El Oratorio
- Natalie Taylor
- hace 7 horas
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Parte I
Uno de los templos religiosos más grandes de San Miguel de Allende es la iglesia del Oratorio, ubicada en la calle Insurgentes, justo al oeste de la Plaza Cívica. Posee una impresionante fachada con numerosas columnas que rematan en elaborados capiteles de diversos estilos arquitectónicos. Las columnas parecen tener elementos churriguerescos, un estilo decorativo español extremadamente elaborado, mejor representado en la iglesia de San Francisco. La iglesia del Oratorio cuenta con un amplio atrio al frente y un atrio lateral independiente en el extremo este, donde aún se puede apreciar la antigua portada del siglo XVI que da acceso a la puerta lateral. Esta solía ser la entrada a la estructura original del sitio, la capilla del Ecce Homo de los mulatos.

La iglesia del Oratorio tiene una historia fascinante que comienza con la creación de la propia orden en Italia en el siglo XVI. Cuando Martín Lutero publicó sus 95 tesis el 31 de octubre de 1517, precipitando la Reforma Protestante, la Iglesia Católica experimentó una importante ruptura. A raíz de esto, surgieron diversas órdenes y congregaciones religiosas: capuchinos, franciscanos, jesuitas y otros, considerados "clero regular" porque hacían votos solemnes. En contraste, algunos formaron congregaciones de "hermanos seculares" que vivían juntos en comunidad, pero no hacían votos.
En 1575, un sacerdote italiano llamado Felipe Neri, descontento con la laxa moral del clero en Roma, fundó la orden del Oratorio. Guio a la orden a centrarse en un estilo de vida sencillo, evitando la pompa y la riqueza del clero católico. Los Oratorianos tenían ideas progresistas y una mentalidad más abierta, y la orden se extendió rápidamente por Europa. En 1669, llegaron a la Ciudad de México, en la Nueva España, y desde allí, expandieron su influencia a otras zonas.
A finales del siglo XVIII, San Miguel el Grande había amasado una considerable riqueza, y su plaza principal estaba rodeada de mansiones construidas por los ricos residentes españoles y sus descendientes, los criollos. El pueblo contaba con una cantidad desmesurada de iglesias, y la Iglesia Católica poseía alrededor del 60% de los bienes raíces. El poder de la Iglesia era absoluto e inquebrantable; controlaba todos los aspectos de la vida y cobraba cuotas por cada evento importante: bautizos, confirmaciones, bodas y funerales debían ser pagados por todos los miembros de la sociedad, independientemente de sus recursos. Sin la sanción de la Iglesia, ni la existencia, ni el matrimonio, ni la vida celestial estaban asegurados. La amenaza de la Inquisición se cernía sobre todos, donde cualquier pensamiento expresado o cualquier acto cometido podían interpretarse como heréticos.
En 1712, la Orden del Oratorio llegó a San Miguel el Grande y estableció una iglesia en la ciudad. Los oratorianos introdujeron importantes cambios ideológicos y fundaron dos escuelas: una para el pueblo llano y otra para los criollos, hijos de la aristocracia terrateniente.
Esta última institución, el Colegio de Francisco de Sales, fundado en 1774, se convirtió en el semillero de una nueva filosofía cuando Juan Benito Díaz de Gamarra asumió el cargo de rector y profesor de filosofía. Díaz de Gamarra estudió en la Universidad Jesuita de San Ildefonso en la Ciudad de México y, en 1767, viajó a Europa, donde durante los tres años siguientes absorbió las ideas de la Ilustración en las universidades de Pisa y Bolonia.
A su regreso a Nueva España y al asumir el cargo de rector del Colegio de Sales, revisó el plan de estudios para equipararlo con los mejores de Europa, enseñando una filosofía moderna basada en la ciencia, la racionalidad, el sentido común y la tolerancia.

Considerado uno de los primeros en promover el eclecticismo de la Ilustración hispánica, una mezcla única de ideas ilustradas y tradicionales. Su combinación de diversos sistemas filosóficos se basó principalmente en las ideas de Descartes, pero también en las de otros filósofos de la época. A finales del siglo XVIII, El Colegio de Sales alcanzó reconocimiento nacional y, con la expulsión de los jesuitas por el rey Carlos III en 1767, el colegio se convirtió en el principal centro cultural y educativo de la Nueva España.

Los discursos intelectuales de Díaz de Gamarra eran demasiado radicales y pronto perdió el favor de la Iglesia. En 1781, el obispo de Michoacán, Juan Ignacio de la Rocha, visitó la Congregación del Oratorio de San Miguel el Grande en visita oficial. El rey Carlos III de España le había ordenado que visitara las diversas escuelas de la Nueva España para garantizar que todas “mantuvieran la ortodoxia [de la enseñanza] y la obediencia política”. La ciudad de San Miguel fue atacada porque “esa escuela está ubicada en un lugar apartado del reino… sin información sobre sus doctrinas.” Había preocupación particular por las ideologías de Díaz de Gamarra, considerado un "genio contencioso y desobediente", conocido por poseer "libros prohibidos".
Esto agravó el asunto, y el 3 de enero de 1782, Calama suspendió a diez Oratorianos, incluido Díaz de Gamarra, de toda actividad eclesiástica. Además, Calama declaró que, si no se permitía la visita en un plazo de cinco días, amenazaba con excomulgar a los sacerdotes culpables. La amenaza no fue bien recibida por la población de San Miguel el Grande, que apreciaba y respetaba a la congregación oratoriana, y hubo varias peticiones a Calama para que suavizara su postura. El 6 de enero, apenas tres días después de la proclamación inicial, el arzobispo levantó la amenaza de excomunión a cuatro de los diez sacerdotes afectados inicialmente por su decreto. Fue un fuerte choque público entre dos principios distintos. Por un lado, el arzobispo apeló a los derechos absolutos de la monarquía y la autoridad episcopal; por otro, Díaz de Gamarra quería rienda suelta al currículo del Colegio de Sales, sin ninguna intervención. Los oratorianos se mantuvieron firmemente unidos; su respuesta al arzobispo fue: o nos exculpas a todos o no exculpas a ninguno.
La disputa llegó a un punto muerto, y nunca sabremos cómo habría terminado, ya que el 3 de febrero de 1782 falleció Juan Ignacio de la Rocha y el asunto de su visita quedó aparcado. Un año y varios meses después de la muerte de la Rocha, el 1 de noviembre de 1783, Díaz de Gamarra también falleció.
La muerte de Gamarra no alteró la admiración que sentían sus alumnos, sino que la elevó. Quizás incluso más que sus enseñanzas, su enfrentamiento con las autoridades eclesiásticas y su tenacidad dejaron una huella imborrable en ellos. «Las generaciones más jóvenes conservaron el recuerdo de estos desacuerdos... [y] un sentimiento de desobediencia hacia las autoridades...». Las acciones posteriores de estos jóvenes, herederos de la filosofía de Gamarra, quienes se sintieron sobrecogidos por su desafío a la autoridad, transformaron la ciudad y la nación.
Casi todos los criollos fueron alumnos de Díaz de Gamarra en el Colegio de Sales, pero uno destacó entre los demás. Era un líder nato que podía persuadir a otros a seguirlo, que convertía sus sueños en acciones y era intrépido ante el peligro. El oriundo que hizo de San Miguel el Grande la cuna de la independencia, el hombre que contribuyó decisivamente al inicio de una nueva era en la Nueva España, fue Ignacio Allende de Unzaga.
La iglesia del Oratorio ofrece mucho más, y en la segunda parte nos adentraremos en su interior, donde se encuentran numerosas obras de arte de gran valor.
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