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  • Natalie Taylor

HISTORIAS DE SAN MIGUEL: Una corrida de toros memorable

Las corridas de toros fueron uno de los entretenimientos favoritos en San Miguel durante muchos siglos, una tradición traída desde España. Hasta el día de hoy contamos con dos plazas de toros en la ciudad. La principal está en Recreo 52 y otra más pequeña en el Hotel Real de Minas.



Con más de 400 años de tradición taurina, no sorprende que haya historias y leyendas inusuales relacionadas con ello. Algunas de las más antiguas fueron relatadas por Clericio Díaz, funcionario del Ministerio Público que llegó a San Miguel en 1904. En su libro “Memorias de mi vida en San Miguel”, habló de una leyenda local que se originó allá por el siglo XVII.


Tres de los toreros más famosos: Miguel Yánez, Francisco Rodríguez y Juan Alvarado, llegaron a San Miguel un año, en vísperas de una gran corrida de toros.





Por aquellos días vivía en San Miguel una joven de gran belleza, y todos los hombres estaban encantados con ella. Un día, tal vez después de haber bebido demasiados tequilas, el diablo se apareció a estos tres hombres y les dijo que concedería tres deseos a cada uno. Eso sí, a cambio, el diablo les pidió firmas con sangre, para sellar el contrato. (Desafortunadamente se han perdido detalles del contrato).


Cada uno de los hombres pidió ser magnífico torero, y un gran jinete. Y cada uno de ellos también pidió al diablo que le concediera el amor de la bella de la ciudad. El diablo accedió a los dos primeros deseos sin dudarlo, pero en cuanto a la joven proclamó: “Para mi la quisiera”. Quiero tenerla para mí”. Desde entonces en San Miguel, cada vez que pasa una muchacha hermosa, sus admiradores susurran: “Como dijo el diablo…”


Clericio Díaz también escribió sobre una corrida de toros en la que participó como uno de los monosabios. Eso significaría ayudar a un picador a montar su caballo o levantarlo si se cae. El libro del que he tomado esta historia no da una fecha concreta, pero como Díaz permaneció en la ciudad durante 14 años, el marco temporal para esta corrida de toros sería entre 1904 y 1918.

 

1 La Villa de San Miguel el Grande y Ciudad de San Miguel de Allende: Cornelio López Espinosa


El acto taurino comenzó al mediodía con un desfile de todos los toreros por las calles principales, en carretas abiertas, acompañados por las Reinas de las Fiestas. A la cabeza estaban los músicos y un brillante contingente de banderilleros, junto con las chicas más hermosas de la ciudad. Díaz, junto con los demás monosabios, todos disfrazados, cabalgaban sobre los estribos de los carruajes tirados por caballos. La estridente multitud arrojaba flores, serpentinas y confeti a su paso.


Cuando comenzó la corrida, Díaz dijo que estaba: “sintiéndome seguramente humillado por el cargo que se me había dado o queriendo más bien, dar una sorpresa a la sociedad de San Miguel, sin decir a nadie nada, ni siquiera a mi esposa, me había preparado con anticipación el mismo día de la corrida, haciendo que la banda de la cintura me apretara muy bien, por aquello de la cogida o cuando menos del revolcón a que me iba a exponer. Esta banda se coloca girando, como lo hacen los toreros, al mismo tiempo que se enrolla en la cintura, a guisa de corsé”.


Luego cuenta que quería impresionar a todos y que esperaba "abrirle la capa" a uno de los toros, y para animarse había tomado dos o tres coñaquitos para animarse. Así preparado, se presentó en la plaza de toros con aire de arrogancia y valor. Aun soñó que lo sacarían en hombros.

Desde el inicio de la corrida se mantuvo cerca de los diestros, para en un momento dado, arrebatarle el capote. “Salió por fin el primer toro” pero no se dio para lucirse. Después, cuando salió el segundo, Diaz dijo: “me pareció más grande todavía, el tercero una catedral, y por fin, salió el cuarto y último de la corrida, y no queriendo pasar la oportunidad e impulsado por las copitas de coñac que había tomado, con gran resolución, arrebaté el capote, nada menos que al primer matador, José Gil Lámbarri, hijo del Sr. don José Gil de la Rivera”.


La muchedumbre respondió con asombro y entusiasmo, porque no lo esperaban. Y de ahí continua Diaz su historia: “me fui hacia el toro y a respetable distancia me planté y cité e este con el capote, el toro logró verme, bufó y se sacudió sin hacer por mí, pero pareciéndome que me embestía y seguía muy de cerca, lleno de pánico, emprendí la carrera y fue tal el apresuramiento con que quise meterme al burladero, que me atropellé yo mismo, pisándome un pie con el otro, al grado de que me lo disloqué, todo esto en medio de la risa e hilaridad del público y creo que hasta del toro mismo, que no se había movido del lugar en que lo había citado”.



El resultado de esta “valiente” aventura fue que lo llevaron a casa “casi a hombros, como había soñado”, y se dio cuenta de que no estaba hecho para torear.


Estas anécdotas son entretenidas y sin duda forman parte de la tradición de San Miguel de Allende. Pero por mucho que disfruto la historia, nunca me han gustado las corridas de toros. Sí, entiendo que es una tradición antigua; sí, entiendo la pompa y la habilidad de los toreros. Pero también veo el otro lado: la crueldad hacia los animales y la glorificación del derramamiento de sangre.


Me agrada ver que la gran corrida que iba a tener lugar el 30 de marzo de 2024 ha sido cancelada. Aparentemente hubo problemas para obtener el permiso adecuado y la corrida de toros no se llevará a cabo. Esto fue reportado por el San Miguel Times el 11 de marzo, sin mayores detalles. Las corridas de toros fueron suspendidas por un tiempo en México debido a protestas de activistas por los derechos de los animales. Ahora han sido aprobadas una vez más. No permitir la corrida de toros en San Miguel de Allende, es una decisión local.

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