A lo largo del muro izquierdo del templo de San Rafael, a mitad del camino hacia el altar, hay un vano que da acceso a una capilla. La puerta estuvo allí durante siglos porque originalmente era la entrada a esa iglesia. Pero la capilla fue construida a fines del siglo XIX y contiene la historia de su constructor y una pintura de un artista contemporáneo, ambos hijos nativos de San Miguel de Allende. Cómo están conectados es el objetivo de esta historia.
El diseñador y constructor de la capilla fue Zeferino Gutiérrez, un cantero nacido el 24 de agosto de 1840. Aunque no se formó como arquitecto, llegó a ser muy respetado como maestro cantero. Su trabajo ganó bastante atención porque fue llamado a Dolores Hidalgo para trabajar en el altar de la iglesia
parroquial Nuestra Señora de los Dolores, de 1871 a 1873. Después de eso, se le asignó una tarea mucho mayor en el mismo lugar, la construcción del templo de La Saleta. Lo hizo en estilo neogótico, con una gran cúpula.
Sus primeras obras en San Miguel de Allende incluyeron la escalinata y la entrada del templo de La Ermita en Salida a Querétaro, y el altar del templo del Oratorio. Luego, en 1880, recibió el encargo de recrear la fachada de la Parroquia, que había sufrido un gran deterioro a lo largo de los siglos. Gutiérrez fue autodidacta y se inspiró en las catedrales de Europa, que podían verse en postales ya que la fotografía lo hacía posible.
Entrada a la capilla de la Saleta
La nueva fachada parece tener algunos elementos propios de este tipo de iglesias; muchos dicen que se parece particularmente a la catedral de Colonia, Alemania. Otros dicen que está más cerca del castillo de Cenicienta de Disney, sin las cúpulas azules. Realmente no importa a qué edificio se parezca, la estructura se destaca y obtiene más fotografías que cualquier otro edificio de la ciudad. Gutiérrez trabajó durante diez años para completar su obra maestra: la fachada neogótica de la Parroquia, hecha de cantera rosa que se ha convertido en la imagen icónica de San Miguel de Allende.
Sin embargo, cuando terminaron las obras, la ciudad no tenía fondos suficientes para pagarle. En cambio, le entregaron un inmueble contiguo al muro posterior de San Rafael, frente a la calle Diez de Sollano. Esta se convirtió en la casa familiar de Zeferino. (Hoy en día es en parte un estacionamiento).
Habiendo adquirido la propiedad, Gutiérrez decidió agregar un mausoleo familiar que tendría una entrada dentro del templo de San Rafael. Eligió llamarla Capilla de la Saleta y en su interior se encuentran los restos de su esposa y su único hijo, quienes murieron antes de Zeferino. Dentro de la capilla hay un pequeño altar, dedicado a la Virgen de Salette—Saleta, en español.
El nombre hace referencia a una leyenda sobre la Virgen, que supuestamente se apareció a un niño y una niña el 19 de septiembre de 1846 en la localidad de La Salette, en Francia. Se la representa vestida de blanco y rodeada de rosas.
La iglesia de La Salette en Francia
Dentro de la capilla, en la pared a la derecha hay una placa con los nombres de la esposa y el hijo de Zeferino Gutiérrez, este último murió en 1883 a los 17 años y el primero en 1902. Además de la fachada de la Parroquia (¡por si fuera poco!), Zeferino Gutiérrez también diseñó y construyó la cúpula del templo de la Inmaculada Concepción, conocida como Las Monjas. En este caso, se dice que se inspiró en la cúpula de Les Invalides de París, donde yace enterrado Napoleón Bonaparte. También modificó la torre de la iglesia de San Rafael, diseñó y construyó el Mercado Ignacio Ramírez en la Plaza Cívica, que en el siglo XX fue demolido y reemplazado por la estatua de Ignacio Allende a caballo. En 1901 construyó el Mercado Aldama, en el extremo norte del templo de San Rafael. Este espacio ha pasado por varias transformaciones, hasta convertirse finalmente en el restaurante La Terraza; ahora cerrado. En 1907 completó el altar mayor de la iglesia de Santo Domingo.
Zeferino Guetiérrez murió en San Miguel el 23 de marzo de 1916, en plena Revolución Mexicana y mientras la epidemia de tifus arrasaba San Miguel de Allende. Fue enterrado en el cementerio de San Juan de Dios, y no fue hasta muchos años después que su cuerpo fue exhumado y depositado en el templo de San Rafael. No está del todo claro dónde están sus restos. No hay ninguna placa que lo recuerde en la capilla, sino una placa de metal dedicada a él en una pequeña cámara con criptas individuales.
Dentro de la capilla de Saleto, encima de la placa que conmemora a la esposa y al hijo de Zeferino, hay un cuadro que me intrigaba desde hacía algún tiempo. Se trata de una representación de un fraile con dos perros, de pie junto a un manantial. La firma es de Luis Antonio López Torres, fechada el 3 de marzo de 1992.
Evidentemente se trata de un artista del siglo XXI, muy probablemente aún vivo. La pregunta era ¿quién era él y cómo encontrarlo?
Durante los últimos dos años he formado parte de una tertulia, un grupo local que se reúne semanalmente para hablar de historia, cultura y tradiciones. El líder, a quien conocemos como Toño López, era el bibliotecario de la Biblioteca Municipal en Pepe Llanos, un hombre conocedor, pero humilde y de voz suave. Intentando averiguar la identidad del misterioso pintor de la capilla de la Saleta, decidí recurrir al grupo de tertulia por WhatsApp. Cuando hice la pregunta, la respuesta fue casi inmediata: ¡Luis Antonio López Torres, el pintor, no es otro que nuestro líder Toño!
Así fue que me senté con Toño bajo las sombrillas del Café Rama, para hablar de su trabajo. Efectivamente, el cuadro en cuestión fue realizado en 1992, pintado sobre una tabla de madera con acrílicos. Fue encargado por la ciudad con motivo del 450 aniversario de la fundación de San Miguel en 1542. Terminó el cuadro justo a tiempo para las celebraciones y la presentó sin firma. Algún tiempo después, su padre insistió en que su nombre apareciera en el cuadro y se encargó de escribir el nombre de su hijo. “Por eso no se parece a mi firma en mis otras obras”, dijo Toño sonriendo.
Según Toño el hombre del cuadro representa a Fray Juan de San Miguel, el fundador de nuestra ciudad. Sin embargo, señalé, los dos perros podrían dar la impresión de que es Fray Bernardo Cossin quien encontró las aguas del Chorro, y según la leyenda los perros lo condujeran hasta el manantial. Toño se encogió de hombros, sonriendo. No tengo ningún problema en permitirle una licencia artística, así que lo dejé así. Después de todo, ¿quién puede decir que Fray Juan no tenía perros?
Luis Antonio López Torres nació en San Miguel en una familia que ha estado aquí por varias generaciones. Aunque no obtuvo una carrera profesional en arte, estudió arte con Genaro Almanza, uno de los escultores de arte religioso más conocidos de San Miguel. También estudió diseño de interiores en la Universidad de Guanajuato y en la escuela de arquitectura. En San Miguel realizó un curso de escultura con Lothar Kastenbaum en la escuela del Instituto Allende, además de muchos otros talleres de pintura. Ha participado en diversos trabajos de restauración, y ha completado elementos decorativos para la Parroquia y otros templos. Ha realizado numerosos proyectos de diseño interior para casas particulares, incluyendo murales y elementos decorativos en paredes. Y, como lo ha hecho durante varios años, Toño sigue a cargo de las reuniones semanales: las tertulias, que ahora se llevan a cabo en el Instituto Allende todos los miércoles.
El ayuda a elegir un tema en particular, trae oradores y organiza excursiones a uno u otro lugar histórico de la ciudad. Varios miembros de la tertulia están relacionados con las primeras familias que se asentaron en San Miguel, y muchas veces comparten sus recuerdos y conocimiento personal de la historia de la ciudad. Esto es verdaderamente una experiencia esclarecedora. Y lo mejor de todo es que ya no tengo que preguntarme quien es el misterioso pintor, cuya obra adorna una de las paredes de la Capilla de la Saleta de Zeferino Gutiérrez; es mi amigo Luis Antonio López Torres, a quien conocemos como Toño.
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